26 enero 2007

BARES DECADENTES O DECADENCIA EN LOS BARES?.

Bares decadentes o la decadencia en los bares?, parece lo mismo pero no es igual.
La decadencia en los bares, después de haber permanecido en muchos de ellos hasta la hora de ponerse las imprescindibles gafas de sol para salir a la realidad exterior a la hora del cierre, podría definirse como ese punto de la larga madrugada de excesos, cuando empieza a amanecer, en que ya solo se divisan en la barra a camareros cansados y de mal humor que no ven el momento de llegar a sus casas, a un cierto número de borrachos babosos que balbucean insistentemente, no sin esfuerzos vocales, que les sirvan la última copa para llevársela en vaso de plástico, o que sin querer ingerir más alcohol de garrafa permanecen en el local intentando llevarse a casa, sin ser el momento de demasiadas exigencias, a esa hora, para los heterosexuales, si no es un hombre todo vale, a cualquiera de las despistadas que vaya más inconscientemente alcoholizada y pueda mitigar su soledad sexual sin tener que enamorarse. Es la hora en que empiezas a tomar consciencia del garito deprimentemente vacío, que parece mucho más grande cuando el eco de tu voz oliendo al último vodka maldice al tipo que te ha robado la chaqueta que no encuentras, y cuya sola imagen de ese barrito negro cubriendo el suelo, aderezado con una alfombra de fin de semana de vasos medio vacíos, o medio llenos, según se mire, y cristales y botellas esparcidos por las paredes laterales, ya te deprime tanto que dan ganas de salir corriendo cuando piensas que solo ibas a tomarte una copa y otra vez te han dado las 7 de la mañana, pero cuando haces el intento de abandonar el bar de moda del barrio que con las luces semiencendidas se ha convertido en un antro como tantos, todavía tienes que sacar fuerzas de flaqueza porque los pies los tienes atornillados a ese suelo pegajoso que ha cambiado de color y no puedes moverte, lo único que te queda por hacer, o más bien, el último ridículo antes de dormir es marcarte un baile, ya sin música, con efecto peonza, muy lamentable. Por qué a esa hora todo vuelve a hacerse real?, las luces laser con gente enloquecida bailando a cámara lenta han sido sustituidas por focos fijos de luz amarillenta que no dan lugar a puntos muertos de visión, el estruendo de los decibelios que maneja el DJ ha dado paso al ruido de cristales en el suelo arrastrados por las escobas mugrientas de los camareros que remueven el hedor de alcohol en proceso de fermentación, la barra y los muebles de diseño a esa hora parecen más viejos y sobados que antes, y Cenicienta hace ya horas que perdió su zapato y su mundo ha vuelto a ser el que era antes, en definitiva, la magia de la noche se ha evaporado y la resaca viene pisando fuerte reivindicando su lugar en las primeras horas de la mañana para hacerse más fuerte y poderosa al mediodía. Solo queda la opción de buscar cualquiera de los after que abren a las 7 de la mañana, pero, no nos engañemos, eso solo sería prolongar la agonía de la decadencia del último bar en el que estuviste.

En cambio, lo de los bares decadentes, es otra cosa muy distinta.
Para empezar, no hacen gala de nombres rebuscados o pegadizos, simplemente se conforman con existir frecuentemente bajo la denominación de "piano-bar". Engloban un conjunto de reminiscencias de los años 70 ya olvidadas por los abarrotados locales de moda. Entras por la puerta y el calor puede sentirse condensado en el olor rancio de la moqueta color rojo que lo envuelve todo, el suelo y hasta las escaleras subterráneas hacia el baño. Todos los ojos del bar se vuelven hacia el recién llegado scaneando tu persona de arriba abajo e intentando adivinar qué se te ha perdido en ese local que no encaja de ninguna de las formas con tu manera de vestir. Pero da igual que tus vaqueros sean demasiado largos y arrastren deshilachados por la parte del talón, da igual que no lleves una correcta falda con medias a juego, cuando te acercas a esa barra con prominente saliente tapizado en cuero, y te sientas en esos taburetes de altura interminable, el camarero nunca te dirá "qué te pongo?", se acercará con su negro traje y pajarita desfasada y te dará las "buenas noches" educadamente para luego preguntarte "que desea usted tomar?". Servirá la bebida en un vaso ancho de cristal grueso, colocará un posavasos en la barra y depositará tu whisky de doce años encima acompañado de un plato de frutos secos y un par de servilletas. Te dará fuego en el preciso instante en el que intentas buscar tu mechero. Y si haces el amago de levantarte para dirigirte a otro lugar del bar nunca refunfuñará "págame la copa antes de sentarte", más bien te pedirá por favor "le importaría abonar la consumición en este momento?".

En todo piano-bar que se precie suele haber un lánguido pianista que toca viejas melodías de jazz a cámara lenta, como si llevara toda la vida tocando la misma y ya no le quedaran fuerzas para repetirla. Encima del piano viejo y destartalado reposa una copa y un cenicero que aloja un cigarro con forma de ceniza consumido. Y aunque hace años de estos bares salieron grandes pianistas, la mayoría nunca encuentran billete para el tren de las oportunidades y se quedan formando parte del mobiliario de por vida. Y junto a él, partidas interminables de un billar que siempre dio ventaja a las bolas de un color por su marcada inclinación hacia la izquierda.
Los clientes que frecuentan estos locales suelen ser hombres maduros que se dejan caer con mujeres que nunca son sus esposas y que tampoco tienen la edad de sus hijas, más bien prostitutas entradas en años, de bajo coste y con overbooking nocturno, que se esfuerzan por entrar en una talla menos de falda, marcando lo que sobra, y que a esas horas de la noche ya tienen alguna que otra carrera en la media y la pintura a medio correr, probables esperpentos de lo que un día fueron o les hubiera gustado ser.

La decoración, en general, brilla por su ausencia, y la iluminación es escasa y tenue cuanto más te alejas de la barra, poniendo de manifiesto el humo de los cigarros flotando en películas lumínicas a medio techo que podrían condensarse en un tarro de cristal, como un perfume, la esencia de la decadencia. Los sillones suelen ser acolchados, mullidos y haciendo esquina a juego con las mesas de baja altura.

Toda esa decadencia setentera tiene forma de saco de los sueños rotos que nunca tiene fondo. Recuerda a las viejas glorias del cine holibudiense que nunca aceptaron el momento en el que dejaron de ofrecerles papeles protagonistas y murieron solas y en el más absoluto de los olvidos en una casa de tres plantas. Un retroceso en el tiempo en la memoria de los no recordados. Al menos, los bares decadentes son un fiel reflejo de la realidad, la decadencia que se ve es la que hay fuera, no es un efecto óptico producido por luces de neón que te hace aterrizar sin anestesia en la puerta de la salida, allí no se engaña a nadie, nadie pierde la partida de billar, solo deja de ganarla, las cenicientas no extravían sus zapatos porque normalmente se los dejan puestos llegado el momento.

En fin, bares decadentes o la decadencia en los bares?, supongo que todo va en función de si ese día queremos evadirnos de la realidad o comulgar con ella.

P.D.: A mí me gusta frecuentar los dos tipos de decadencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, yo soy de los que piensas como Sabina, que no me cierren nunca el bar de la esquina.
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Gracias por todo y un saludo

Fernando dijo...

he podido visitarte conmás tranquilidad que el otro día. Respondiendo a tu pregunta creo que cometes un fallo y es pensar que un blog es un libro. recuerda que a todos nos cuesta leer más de quince líneas en una pantalla, y que admás si la letra no es muy grande cansa más aún.
Creo que un blog debe tener textos no muy largos para ser leíados en cualquier momento.
Gracias por la visita del otro día.