31 mayo 2011

GOD SAVE THE QUEEN.

Aquellos que tuvieron el privilegio de estar allí seguro que no han olvidado esa fecha, 11 y 12 de Julio de 1986, estadio de Wembley, Reino Unido, para escuchar a QUEEN en su Magic Tour, 144.000 personas. La afluencia masiva de público desbordó las previsiones de la organización que decidió repetir un tercer día en Wembley, aunque por falta de disponibilidad del estadio el concierto acabó realizándose en el Knebworth Park, con 120.000 personas más que vibraron al ritmo que marcó Freddie Mercury en esos escenarios que se le quedaban pequeños con su sola presencia.

Pero aquellos eran los 80, a muchos nos pilló en una adolescencia revuelta y contradictoria, inmersa en una España estrenando democracia y destape nacional. Entonces nos íbamos a comer el mundo, como esponjas sin adulterar ávidos de absorber cualquier tendencia e ideología que viniera del otro lado de la frontera. Algún día creceríamos y podríamos coger un tren, nuestra mayoría de edad y una mochila para corear canciones en una Europa que nos pillaba tan lejos en todos los sentidos, y en un idioma que ni siquiera conocíamos. No pensábamos ni por un momento que aquellos GRANDES e IRREPETIBLES que llenaban estadios se esfumarían de la escena musical y que con los años sería el mundo el que nos comería a nosotros.

Aquel hombre menudo y tímido hasta la saciedad, se vestía para subir a un escenario y se transformaba en un genio histriónico, provocador a la vez que cercano, transformista, incondicional, y con un chorro de voz capaz de mover masas, en esa Comunidad Económica Europea a la que ya pertenecíamos pero tan diferente a nosotros, en esa Europa en la que los españoles seguíamos sin concebir cómo se hacían en el extranjero conciertos multitudinarios a plena luz del día.

No podíamos saber, ni siquiera imaginar que aquel concierto del Knebworth Park sería el último escenario al que se subiría Freddie Mercury con su banda. Poco después el Sida devoró a la persona y nos dejó cientos de estadios llenos a los que nunca pudimos acudir, en una época dónde te explicaban erróneamente que esa enfermedad venía de Africa y que sólo afectaba a drogadictos, prostitutas y homosexuales, excusa perfecta para discriminar una vez más, que grande nuestra ignorancia y nuestra ingenuidad al creernos a salvo de algo o de alguien sólo por tener una condición de heterosexualidad.

Pues sí Freddie , 25 años después, no han encontrado aún la cura para el Sida o eso dicen las empresas farmaceúticas en su propio interés, ya nadie llena estadios poniendo como excusa la piratería o las descargas en Internet, ya no entonamos el “God save the Queen”, más bien todo tipo de monarquía nos asquea, y seguimos “under pressure, pressure pushing down on me, pressing down on you no man ask for”, pero quizás te alegre saber que “people on streets”, en las plazas, hartos de que les pisen la cabeza y de estar “bajo presión”.

Under pressure (Live at Wembley 1986)

10 abril 2011

ME CAYÓ LA FICHA EN PLENO MADRID.

Hoy definitivamente "me cayó la ficha", y se me presentó mentalmente así, justo con esa frase y en argentino.

Así que se me ocurrió buscar lo más parecido a un quiosco de facturas (las tiendas de los chinos de Madrid), me aprovisioné de bonobones, cubanitos, mantecol y alfajores, (lástima que no pude encontrar pasta frola con dulce de membrillo, mi preferido), sobredosis de azúcar del otro lado del charco para ver si podía endulzar el momento, y empujé todo aquello hacia la garganta con unas cuantas Quilmes. Decepción a la argentina, sonaba bien.

Y puede que llorara como sólo saben llorar los hombres argentinos, sin vergüenza, sin silencio y faltandoles el aire en cada inspiración, que se yo?, me quedé adormecida en un viaje en el tiempo donde todavía estábamos todos y aún éramos los de antes.

Desperté y subí al subte, en una de esas líneas largas que no llevan a ninguna parte porque es circular y en las que sólo me dedico a ver pasar la vida de los demás en Stand by, sin tomar parte en nada, y con el tranquilo convencimiento de que en Madrid nadie va a pulsarme el Play. Curiosamente el parque temático argentino del día terminó con el sonido de un gastado bandoneón al otro lado del vagón, y alguien que hacía verdaderos esfuerzos por imitar la voz de Gardel en los acordes de "Por una cabeza". Y me acordé de los post de Hernán Casciari en su ya desaparecido blog "Orsai", donde relataba como fue su llegada a España hasta que logró acallar que no desaparecer su morriña mercedina.

Lo malo de que caiga la ficha es que a veces cae hacia al lado donde todo es trucho, y una vez que ha caído ya nunca más puedes cerrar los ojos en esa dirección.

25 agosto 2010

A PROPÓSITO DE "LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS".

Hace unos días cayó en mis manos este libro de Paolo Giordano. Empecé a leerlo y cinco horas más tarde y sin apenas pestañear estaba atrapada en varias reflexiones sobre la verdad de un final que brilla por la ausencia total de esperanzas para sus protagonistas.

No ofrece un argumento de misterio inquietante que mantenga al lector en vilo hasta el final, sus personajes no son héroes urbanos que cometan alguna hazaña de la que nos sintamos orgullosos, no relata ningún hecho histórico de la memoria humana del que podamos aprender algo, tan solo habla del mundo real, de los cánones que impone una sociedad intolerante en la que sus protagonistas no han elegido vivir, unos personajes autolesionados que se escapan del cliché establecido y experimentan rechazo gratuito desde que tienen edad como para ser conscientes de ello, una tela de araña que los mantiene atrapados en un mundo paralelo lleno de sentimientos de soledad, fracaso y frustración en una búsqueda sin éxito de su lugar en el mundo.

Todo parecía indicar con cada página que al final toda esa espiral desconcertante que supone enfrentarse a la nebulosa de los sentimientos humanos, y que hace a las personas ser tan vulnerables, quedaría en una cuestión de encontrar a sus iguales, a través del tiempo y de las circunstancias externas por muy adversas y complicadas que se presentaran. Si llegaban hasta ese punto y se encontraban, todo se habría resuelto, habría la posibilidad de echar por tierra toda las teorías matemáticas lanzadas a través de la historia sobre los números primos.

Pero el final del libro va más allá. Se encuentran, después de nueve años, en un momento que parecía propicio para volver al punto donde se separaron. Pero ya no se reconocen en sus mundos paralelos, aquellos que inventaron para sobrevivir a las ausencias acumuladas, sus miradas sin necesidad de palabras ya no se encuentran, la sincronía de sus movimientos ahora fluye con una nueva torpeza, la intimidad conocida de sus cómplices pensamientos se ha vuelto densa y pesada. Lo único que queda por rescatar son recuerdos perezosos que cuesta rememorar y que con el paso del tiempo se han ido idealizando a falta de contacto con la realidad del otro, recuerdos que no se querían borrar del todo por si llegaba el momento en que la vida los volvía a reunir y había que desempolvarlos. Nueve años pensando en el anhelado reencuentro y cuando llega son dos perfectos desconocidos que no tienen nada que decirse y mucho menos que compartir.

Podríamos decirle a Paolo Giordano que se equivoca, que eso no es la realidad del día a día. Quizás nos sentiríamos orgullosos y hasta importantes si pudiéramos demostrarle a Eduardo Punset que el enamoramiento existe de verdad como un fenómeno inexplicable y que no responde a ninguna teoría científica. Decirle que el cerebro humano no experimenta la misma liberación de hormonas y de placer tanto si ve un plato de nuestra comida preferida como si nos encontramos delante de una persona que nos atrae, que es algo más. Pero los ejemplos que podemos ponerle no son más que la excepción dentro de la regla y eso no resulta científicamente serio.

Sólo se me ocurre agarrar el momento y aferrarse a él con todos los sentidos porque nunca más volverá a repetirse. El presente es lo único que puede darnos una verdad realista de nosotros mismos donde nunca es demasiado tarde, porque el pasado distorsiona el entendimiento con recuerdos engañosos y el futuro es inexistente más allá del que vayamos construyendo cada segundo del día.

El tiempo y la distancia son implacables, lo devoran todo a su paso aunque nos empeñemos en preservarnos de su devastación. El cuerpo se acostumbra a todo, se reconstruye sin darnos cuenta acorde a las nuevas circunstancias y acontecimientos del entorno, y poco a poco las ausencias cada vez lo son menos hasta que dejan de serlo, y al cabo de los meses un día miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que hemos seguido viviendo, de que fuimos capaces de olvidar y de que nos olvidaran, aunque aquella fuera una de las cosas que merecía ser recordada.

30 agosto 2008

EL NEGOCIO DE LA MUERTE.

Hace tiempo me llamó la atención una noticia en un diario local de Málaga que ponía de manifiesto la conducta de ciertos jóvenes que habían tomado por costumbre, una vez que cerraban los bares a altas horas de la madrugada, continuar la juerga de los fines de semana en la cafetería del tanatorio, abierta las 24 horas del día. En su momento, al leerlo, me sonreí por dentro pensando en el mal gusto de algunos, a día de hoy, ha dejado de hacerme gracia.

A las 5 de la madrugada criaturas deambulantes, desorientadas y con la mirada perdida pueblan los jardines del tanatorio. Pero esto no es la historia de un vídeo de los 80 protagonizado por un negro que quería ser blanco, es la parte de los vivos que queda después de que la muerte haya hecho su trabajo. Una historia real detrás de cada ojo hinchado y enrojecido, de cada llanto ahogado tras las puertas de las salas, de cada banco de madera habitado por caras desencajadas, de cada palabra de indignación e impotencia, de cada pregunta sin respuesta, del sufrimiento de la condición humana elevado a su máxima potencia por algo que no podemos controlar.

Pero la muerte, cuando ha terminado su viaje, manda a sus secuaces para que le pasen la factura a los vivos y les recuerden lo efímero de la existencia humana, los caprichos incomprensibles de lo que llamamos vida. Y es el momento en que aparece por la puerta aquel individuo desconocido, cuya cara no suele recordar nadie, con su desproporcionado muestrario plastificado de féretros, coronas de flores, modelos de crucifijos, servicios religiosos, etc...y nos escandalizamos por la posibilidad de hijos a la carta, cuando la muerte tiene comerciales propios desde hace muchos años con una variada carta postmortem a gusto de los familiares del consumidor.

- Féretro : 2.700 euros.
- Flores : 186 euros (un solo ramo).
- Sudario : 75 euros.
- Incineración : 500 euros.
- Trámites administrativos : 250 euros.

Y así suma y sigue. Queda esto a modo de ejemplo. Hoy no se muere nadie sin deberle a la muerte unos 3000 o 4000 euros aproximadamente.

No es tanto el miedo que podamos tenerle a la muerte, mas bien, el verdadero miedo reside en la forma en la que dejaremos de existir. Rápido e indoloro, eso es lo que pedimos para los nuestros y para nosotros mismos, y si ha habido suerte y ha sido así, quizás sea el único consuelo que quede para los mutantes que deambulamos por los jardines del tanatorio.

Algunos pensarán que frivolizo demasiado con el contenido y los detalles, pero todo lo que rodea una defunción, desde el personal sanitario hasta el camarero que te sirve en la cafetería del tanatorio es pura frivolidad. Si hay algo que he aprendido en estas circunstancias es :

- Que tengo una tripa menos en ese vacío que me ha quedado por estómago.
- Que al igual que las tormentas secas, también existen los llantos secos, cuando el cuerpo ya no es capaz de producir más lágrimas, pero sí truenos y relámpagos en el interior.
- Que existir o dejar de existir puede ser apenas un parpadeo, una respiración.
- Que la muerte, hoy por hoy, es uno de los negocios más rentables que existen, a costa del sufrimiento de los que quedamos, y que no entiende de crisis económica.


Hasta siempre Curra.

28 junio 2008

ASÍ PODÍA HABER HABLADO ZARATUSTRA.

Depués de haber padecido durante interminables años
hambre y privaciones,
después de haber sido abandonado
por decenas de mujeres
que corrieron a los brazos del triunfador de turno,
después de haber soportado con paciencia de monje
paternales consejos,
amistosas palmadas,
suficientes sonrisas,
confidencias idiotas,
vagos aplausos corteses de los instalados
en mullidos sillones,
después de haberme visto arrastrado a oficiar
de bufón en sus fiestas,
de ingenioso en sus bailes,
de profeta en su tierra,
después de haber sido repetidas veces
humillado por mediocres,
vejado por cretinos,
ignorado por insignificantes,
pisado por tramposos,
postergado por quienes, en el mejor de los casos,
os lo juro, valían
menos que yo,
después de, en fin, haber fracasado en todo
con estrépito,
he decidido por decreto ley,
solemnemente,
proclamar sin pudor QUE SOY UN GENIO
Y QUE LA HUMANIDAD NO ME COMPRENDE.



Joaquín Sabina.
"De lo cantado y sus márgenes".

01 junio 2008

NOSTALGIA DE LO "NO" VIVIDO.

Jueves 29 de Mayo del 2008. Ciudad de Córdoba.

No se puede decir que mi vida esté marcada por numerosos viajes a países lejanos, con fotos y vídeos incluidos para castigar sin piedad a mis amigos en una tarde de Domingo que se va volviendo densa. En realidad, no hay nada de todo eso, ni siquiera he salido de España, he viajado mucho menos de lo que hubiera deseado, pero hay ciertos lugares de los que me voy la primera vez convencida de que volveré, y Córdoba es uno de ellos.

La excusa perfecta era la feria, el motivo, en realidad, era que hacía tiempo que tenía una necesidad imperiosa de pasear por sus calles sin rumbo fijo.

Según Tere hay que estar atento con los cinco sentidos porque la vida a su paso nos va dejando señales que hay que interpretar, aunque yo soy más bien de las que piensa que si esto es verdad, cada uno interpreta las señales como quiere y en su propio beneficio, normalmente para no ver la cruda realidad que se esconde detrás. Sea como fuere, yo no tenía pensado, en un principio, llegar el jueves, y allí estaba. Tampoco tenía pensado asistir a la actuación musical de la caseta municipal, y allí estaba, con la casualidad pasmosa de que el grupo que actuaba era el grupo de mi pueblo natal de toda la vida, precursores del new-wave en Málaga, de los pocos supervivientes de la movida madrileña, y a los que siempre les extrañó que la gente les reconociera por la calle después de un disco de platino.

Yo estaba allí, por un cúmulo de casualidades inexplicables, rodeada de cientos de personas pero ausente. Surgió un repertorio por y para el recuerdo, y a partir del primer acorde de la primera canción ya no estaba en Córdoba, estaba en la casa familiar de Torremolinos escuchando por la ventana los acordes repetitivos, que no terminaban de cobrar vida, de unos que pretendían ser músicos y que ensayaban en un garaje poco ventilado y sin insonorizar frente a mi casa. Con cada tema que se sucedía ya solo veía a quién el tiempo situaba en la retina del recuerdo, las lágrimas de Karen cada vez que llegaba el fin del verano con las primeras lluvias de septiembre, la camaradería del club del alcohol que deseábamos que durara para siempre, las innumerables noches del Gypsy encima de la barra y a puerta cerrada, las cintas en el radio cassette mientras esperaba que amaneciera en aquellas largas e inciertas noches de hospital apestando a antiséptico,... una vida entera pasando por un escenario de la feria de Córdoba y sin que nadie me pidiera permiso, incluso miraba a mi alrededor multitudinario celosa de que esa intimidad espontánea pudiera traslucirse al exterior.

Pero en el turno de los bises, de repente los vi a ellos en un presente desmejorado, envejecido, canoso y con kilos de más, con muchas tablas pero cansados de tantos kilómetros a las espaldas por ferias de pueblos, en una época en que solo unos pocos nos acordamos de aquel merecido disco de platino, y que si siguen ahí contra el tiempo y la distancia de las vidas encontradas es porque cabe la posibilidad de que que no sepan o no quieran hacer nada más mientras les quede un resquicio de lo que un día fueron.

De vuelta al hotel, el grupo se fue retirando y yo me abandoné al silencio de la plaza de las Tendillas disfrazado con el rumor del agua de las fuentes. Y por primera vez aquella noche había envejecido, sentí en el cuerpo trasnochado los años que realmente tengo. Quizás he tenido que llegar a una ciudad distinta donde se me ha representado el pasado fuera del contexto original para ver con la distancia que un día fuimos jóvenes y estúpidos, y que en esa plaza, esa noche, se abrió una puerta por la que se escaparon sueños adolescentes imposibles de retomar, y ahora, ya no somos tan jóvenes pero seguimos siendo igual de estúpidos.

Y la plaza seguía en silencio, quizás por el luto de la inocencia perdida que intentamos retener y que se escapó por la puerta con una crueldad de adultos.

Volveríamos atrás si alguien nos concediera ese deseo?. En mi caso tendrían que reinsertarme en Matrix y que no me acordara de nada, porque si lo hiciera con el camino vivido y con las heridas sin cerrar, de qué me serviría?, sería una desconocida con respecto a la que un día fui, y lamentablemente, las cosas solo pueden vivirse por primera vez en una sola ocasión.

Ya no estas tu, y los que quedamos nos vamos devorando a nosotros mismos envueltos en la espiral que realmente nos jode con todas las letras de lo mal sonante, y es que todavía el ser humano no ha inventado una forma de poder controlar el paso del tiempo.

Y la plaza seguía en silencio, y miré el reloj, que toca las horas como si fuera una orquesta completa, y me acordé de Eduardo cuando una vez me dijo con los ojos vidriosos que hay un momento en la vida en que ya no vas hacia delante, sino que empieza la cuenta atrás. Y recordé la letra de uno de los temas del concierto, "... no habrá fiestas para mañana, abandonate, abandonate, como una hoja en el viento...".

E intenté dejar el melodrama para otro momento, y caminé hacia el hotel para intentar despertar al día siguiente y no sentir rabia por la nostalgia de lo NO vivido.

26 febrero 2008

22 DE DICIEMBRE.

Si hay una fecha que se recuerda en este país es el día de la lotería de Navidad y el Domingo del año que enfrenta en la liga al Barcelona y al Real Madrid. Y es que, en este mi país, en el que a menudo me siento como una inmigrante, con otras costumbres foráneas, el fútbol es una institución sagrada, y la ludopatía una religión oculta en la que se rinde culto a muy variadas sectas populares, la lotería primitiva, la bonoloto, el euromillón, la lotería nacional, la ONCE, el combo,la quiniela, las carreras de caballos, y no sigo, háganse una idea.

En mi familia, no iba a ser menos la ludopatía legalizada. Desde la más tierna infancia el 22 de Diciembre era un día en el que, si el calendario permitía que cayera en fin de semana, la familia madrugaba y se arremolinaba con los décimos y participaciones alrededor del viejo transistor del abuelo Manolo, que no paraba de mover la maltrecha antena pegada con fixo en espera inútilmente de una mejor recepción de la señal, eso, en mis años más precoces, después, llegaría el televisor que agravó la incomunicación familiar con un papel pintado de pared como testigo y telón de fondo.

Si el gordo tardaba en salir, el evento empezaba a perder interés y el público familiar procedía a alternar sus tareas diarias con el seguimiento del sorteo de la lotería, las mujeres se colgaban los delantales y trasteaban en la cocina la comida del día con su rol femenino bien aprendido durante años de dictadura, los hombres leían el diario local de la recién estrenada democracia, y los niños empezábamos a hacerles caso a los juguetes del día anterior con el pijama amariconado de muñequitos aún sin quitar y el desayuno de galletas Fontaneda a medio terminar.

Si se cantaba algún premio gordo, los mayores dejaban inmediatamente lo que estuvieran haciendo para prestar atención al número premiado en cuestión, en voces de los niños eunucos del Colegio de San Ildefonso disfrazados de pantaloncitos cortos de colegio inglés, y las localidades donde había sido vendido el décimo. Un premio tras otro, según iban cayendo los alambres, se avibaba el interés de aquellos adultos que entendían de dinero, para dejar paso a otra nueva decepción que no hacía más que poner en evidencia lo que todos probablemente intuían antes de empezar el sorteo, y era que ese 22 de Diciembre tampoco dejarían de trabajar, que terminaría de salir del bombo la última bola y sus vidas seguirían siendo las mismas, ni mejores ni peores, simplemente las mismas. Que el milagro del calvo de la lotería ya en televisión en color no es más que publicidad consumista para que el estado se embolse una buena cantidad en impuestos jugando con los sueños imposibles de millones de españoles de clase media.

Cuando se incorporaron los televisores a las casas de las familias españolas y pudimos ver el sorteo televisado desde primera hora de la mañana por la televisión estatal, muchos fueron los momentos álgidos de la retransmisión. Sin duda, el que yo siempre esperaba que se repitiera era la imagen de la bola rebelde que se cae de las manos de un niño nervioso y abochornado que debe ir tras ella a toda prisa antes de que gane más terreno, supongo que un poco por esa facilidad que tenemos los españolitos de a pie de reírnos de las desgracias ajenas.

Hoy, después de los años, cuando se acerca la fecha, siempre llevo en la cartera aunque sea un décimo para el sorteo de Navidad. Y me sigue gustando madrugar en mi casa de alquiler y sentarme sola frente al televisor en pijama con una taza de chocolate bien caliente con galletas, para ver el evento más aburrido televisado de todas las Navidades, simplemente para recordar que en aquella casa antigua de entonces y que hoy ya no existe, al menos una vez al año, éramos una familia española fingiendo ser normal. Me consta, que algunos de los que habitaron entre aquellas cuatro paredes siguen conservando, al igual que yo, aquella costumbre, pero además, llegado el momento de reconocer que la última bola ha caído y que vamos a empezar el año igual que lo acabamos, doy paso a la segunda fase todavía con el pijama sin quitar, ver cómo entrevistan a los agraciados llorones brindando con champagne, con el décimo en mano, pensando en voz alta lo que harán con el dinero,... y yo siempre, llegado ese momento, pienso lo mismo, año tras año, como si fuera un ritual bien aprendido, hay que ser imbécil para salir en la tele con el décimo en la mano y diciendo la cantidad de la que eres beneficiario, para que en la primera esquina de camino a tu casa te peguen el palo (no en vano, el año pasado le pasó algo parecido a una chica que en el jolgorio de la fiesta en el bar donde trabajaba le robaron el décimo ), aún así, me encanta esa parte, es una alegría tremendamente contagiosa, los sueños de unos cuantos elegidos televisados en directo.

Tal y como yo lo veo, no es más que la fábrica de sueños del español medio que una vez al año abre sus puertas con una relevancia tradicional. No compramos décimos, invertimos en imposibles, en espejismos en mitad de un desierto asfaltado, en pagos de hipotecas, en carreras para los hijos,... No es más que el último refugio del año para los viciosos, que aunque un estadista les explicara las ínfimas posibilidades que tienen de que les toque seguirían gastando cantidades indecentes de euros, y para los soñadores, que quizás esperan que el dinero de la lotería cambie las vidas que ellos nunca tuvieron cojones de intentar cambiar por sí mismos. Pero, aún así, cuando aparece en la pantalla del televisor la puerta de la Administración agraciada con el cartel de "el gordo vendido aquí", a mí siempre me gusta leer "su sueño vendido aquí".

De toda esta ludopatia hereditaria también me quedó la ceremonia ritual de todos los jueves del año de la Lotería Primitiva. Siempre es en la misma Administración, queda de camino al trabajo, ese trabajo del que escaparíamos sin dudarlo con el montón de millones, y me gusta el nombre, "el gato negro", una sola apuesta para el jueves y el sábado, y los números elegidos al azar por la máquina. Nunca veo el sorteo por la tele, al jueves siguiente, si hay gente en ventanilla, espero fuera con la ingenua idea de que si he sido el máximo acertante de la semana no conviene tener público, y cuando el comprobante pasa por la máquina para ver si está premiado siempre se me pasa lo mismo por la cabeza, que aquel hombre me diga "esta cantidad no puede cobrarla aquí", aunque lo que realmente dice casi siempre es "no está premiado".

Mi versión de los hechos es que el juego, en un porcentaje aceptablemente alto, se lleva en la sangre de una manera hereditariamente acostumbrada,esto, por supuesto, no justifica los gastos desmesurados ni la ludopatia sin control, que nadie se llame a engaño,(Eduardo no ha pasado ni un día de su vida sin jugar a algo, pero jamás dejó a nadie sin comer por ello, y cuanto más le gusta jugar al individuo, más jugador solitario se vuelve, eso lo aprendí de él observándolo a lo largo de los años ).Desde luego, de todos los vicios que he ido adquiriendo conforme iba perdiendo porcentaje de inocencia en una medida directamente proporcional, este, definitivamente, es el menos dañino. Y es que yo soy de las que invierten en sueños, tanto si estoy insomnemente dormida como si estoy oníricamente despierta, y que probablemente la explicación más convincente sería decir que siempre fui una cobarde.

(Aunque hoy en día la tragedia casera que más me afectaría sería que se interrumpiera la conexión ADSL, cada 22 de Diciembre le hago mi pequeño homenaje al abuelo Manolo y nunca compruebo mis décimos en Internet para ver si están premiados, espero a comprar el periódico al día siguiente y dejarme las pestañas comprobando las listas de números diminutos que publican en un espacio de lo más reducido, como hacía él ).