26 enero 2007

BARES DECADENTES O DECADENCIA EN LOS BARES?.

Bares decadentes o la decadencia en los bares?, parece lo mismo pero no es igual.
La decadencia en los bares, después de haber permanecido en muchos de ellos hasta la hora de ponerse las imprescindibles gafas de sol para salir a la realidad exterior a la hora del cierre, podría definirse como ese punto de la larga madrugada de excesos, cuando empieza a amanecer, en que ya solo se divisan en la barra a camareros cansados y de mal humor que no ven el momento de llegar a sus casas, a un cierto número de borrachos babosos que balbucean insistentemente, no sin esfuerzos vocales, que les sirvan la última copa para llevársela en vaso de plástico, o que sin querer ingerir más alcohol de garrafa permanecen en el local intentando llevarse a casa, sin ser el momento de demasiadas exigencias, a esa hora, para los heterosexuales, si no es un hombre todo vale, a cualquiera de las despistadas que vaya más inconscientemente alcoholizada y pueda mitigar su soledad sexual sin tener que enamorarse. Es la hora en que empiezas a tomar consciencia del garito deprimentemente vacío, que parece mucho más grande cuando el eco de tu voz oliendo al último vodka maldice al tipo que te ha robado la chaqueta que no encuentras, y cuya sola imagen de ese barrito negro cubriendo el suelo, aderezado con una alfombra de fin de semana de vasos medio vacíos, o medio llenos, según se mire, y cristales y botellas esparcidos por las paredes laterales, ya te deprime tanto que dan ganas de salir corriendo cuando piensas que solo ibas a tomarte una copa y otra vez te han dado las 7 de la mañana, pero cuando haces el intento de abandonar el bar de moda del barrio que con las luces semiencendidas se ha convertido en un antro como tantos, todavía tienes que sacar fuerzas de flaqueza porque los pies los tienes atornillados a ese suelo pegajoso que ha cambiado de color y no puedes moverte, lo único que te queda por hacer, o más bien, el último ridículo antes de dormir es marcarte un baile, ya sin música, con efecto peonza, muy lamentable. Por qué a esa hora todo vuelve a hacerse real?, las luces laser con gente enloquecida bailando a cámara lenta han sido sustituidas por focos fijos de luz amarillenta que no dan lugar a puntos muertos de visión, el estruendo de los decibelios que maneja el DJ ha dado paso al ruido de cristales en el suelo arrastrados por las escobas mugrientas de los camareros que remueven el hedor de alcohol en proceso de fermentación, la barra y los muebles de diseño a esa hora parecen más viejos y sobados que antes, y Cenicienta hace ya horas que perdió su zapato y su mundo ha vuelto a ser el que era antes, en definitiva, la magia de la noche se ha evaporado y la resaca viene pisando fuerte reivindicando su lugar en las primeras horas de la mañana para hacerse más fuerte y poderosa al mediodía. Solo queda la opción de buscar cualquiera de los after que abren a las 7 de la mañana, pero, no nos engañemos, eso solo sería prolongar la agonía de la decadencia del último bar en el que estuviste.

En cambio, lo de los bares decadentes, es otra cosa muy distinta.
Para empezar, no hacen gala de nombres rebuscados o pegadizos, simplemente se conforman con existir frecuentemente bajo la denominación de "piano-bar". Engloban un conjunto de reminiscencias de los años 70 ya olvidadas por los abarrotados locales de moda. Entras por la puerta y el calor puede sentirse condensado en el olor rancio de la moqueta color rojo que lo envuelve todo, el suelo y hasta las escaleras subterráneas hacia el baño. Todos los ojos del bar se vuelven hacia el recién llegado scaneando tu persona de arriba abajo e intentando adivinar qué se te ha perdido en ese local que no encaja de ninguna de las formas con tu manera de vestir. Pero da igual que tus vaqueros sean demasiado largos y arrastren deshilachados por la parte del talón, da igual que no lleves una correcta falda con medias a juego, cuando te acercas a esa barra con prominente saliente tapizado en cuero, y te sientas en esos taburetes de altura interminable, el camarero nunca te dirá "qué te pongo?", se acercará con su negro traje y pajarita desfasada y te dará las "buenas noches" educadamente para luego preguntarte "que desea usted tomar?". Servirá la bebida en un vaso ancho de cristal grueso, colocará un posavasos en la barra y depositará tu whisky de doce años encima acompañado de un plato de frutos secos y un par de servilletas. Te dará fuego en el preciso instante en el que intentas buscar tu mechero. Y si haces el amago de levantarte para dirigirte a otro lugar del bar nunca refunfuñará "págame la copa antes de sentarte", más bien te pedirá por favor "le importaría abonar la consumición en este momento?".

En todo piano-bar que se precie suele haber un lánguido pianista que toca viejas melodías de jazz a cámara lenta, como si llevara toda la vida tocando la misma y ya no le quedaran fuerzas para repetirla. Encima del piano viejo y destartalado reposa una copa y un cenicero que aloja un cigarro con forma de ceniza consumido. Y aunque hace años de estos bares salieron grandes pianistas, la mayoría nunca encuentran billete para el tren de las oportunidades y se quedan formando parte del mobiliario de por vida. Y junto a él, partidas interminables de un billar que siempre dio ventaja a las bolas de un color por su marcada inclinación hacia la izquierda.
Los clientes que frecuentan estos locales suelen ser hombres maduros que se dejan caer con mujeres que nunca son sus esposas y que tampoco tienen la edad de sus hijas, más bien prostitutas entradas en años, de bajo coste y con overbooking nocturno, que se esfuerzan por entrar en una talla menos de falda, marcando lo que sobra, y que a esas horas de la noche ya tienen alguna que otra carrera en la media y la pintura a medio correr, probables esperpentos de lo que un día fueron o les hubiera gustado ser.

La decoración, en general, brilla por su ausencia, y la iluminación es escasa y tenue cuanto más te alejas de la barra, poniendo de manifiesto el humo de los cigarros flotando en películas lumínicas a medio techo que podrían condensarse en un tarro de cristal, como un perfume, la esencia de la decadencia. Los sillones suelen ser acolchados, mullidos y haciendo esquina a juego con las mesas de baja altura.

Toda esa decadencia setentera tiene forma de saco de los sueños rotos que nunca tiene fondo. Recuerda a las viejas glorias del cine holibudiense que nunca aceptaron el momento en el que dejaron de ofrecerles papeles protagonistas y murieron solas y en el más absoluto de los olvidos en una casa de tres plantas. Un retroceso en el tiempo en la memoria de los no recordados. Al menos, los bares decadentes son un fiel reflejo de la realidad, la decadencia que se ve es la que hay fuera, no es un efecto óptico producido por luces de neón que te hace aterrizar sin anestesia en la puerta de la salida, allí no se engaña a nadie, nadie pierde la partida de billar, solo deja de ganarla, las cenicientas no extravían sus zapatos porque normalmente se los dejan puestos llegado el momento.

En fin, bares decadentes o la decadencia en los bares?, supongo que todo va en función de si ese día queremos evadirnos de la realidad o comulgar con ella.

P.D.: A mí me gusta frecuentar los dos tipos de decadencia.

20 enero 2007

TE SOBRABA = ME FALTABA.

Te sobraba el lenguaje de las palabras = Me faltaba el léxico de la coherencia.
Te sobraba el frenesí de la locura = Me faltaba la serenidad de la cordura.
Te sobraba tanto arte = Me faltaba tanta inspiración.
Te sobraba calle en línea recta = Me faltaba planeta en redondo.
Te sobraba perderte en la niebla = Me faltaba encontrarme en el abismo.
Te sobraba reconocida personalidad = Me faltaba desconocida identidad.
Te sobraba el fundido en negro = Me faltaba la apertura en blanco.
Te sobraban días a medias = Me faltaban noches enteras.
Te sobraban acordes bien sonantes = Me faltaban instrumentos verosímiles.
Te sobraban mis noes malhumorados = Me faltaban tus sies complacientes.
Te sobraba pronunciar "nunca" = Me faltaba desear un "ojalá".
Te sobraba un = Me faltaba un
Te sobraba aire puro para respirar = Me faltaba espacio intercostal.
Te sobraban mentiras complacientes = Me faltaban verdades dolorosas.
Te sobraba azul de mar para pescar = Me faltaba un pez que muriera por mi boca.
Te sobraba el espacio entre cuatro paredes = Me faltaba carretera a ninguna parte.
Te sobraba sexo diurno = Me faltaba amor nocturno.
Te sobraba el cigarro de después = Me faltaba el paquete de la satisfacción anímica a medias.
Te sobraba con creértelo = Me faltaba contrastarlo en el Google después.
Te sobraba el lado práctico de los utensilios más cotidianos = Me faltaba aumentar mi colección de objetos inservibles.
Te sobraba con la lluvia inoportuna a media mañana = Me faltaban gotas resbalando por el cristal a media tarde.
Te sobraba echar de más = Me faltaba echar de menos.
Te sobraba espuma en el jabón = Me faltaban burbujas de irrealidad.
Te sobraban números uno en ventas = Me faltaban vinilos pinchados en el plato de los recuerdos.
Te sobraba un año sabático = Me faltaba una baja indefinida.
Te sobraba creer en un cielo para los justos = Me faltaba la existencia de un infierno vengativo.
Te sobraban cafés negros para esperarme = Me faltaba la espuma del Cola-Cao para evadirme.
Te sobraba tu culpable hombría = Me faltaba tu inocente adolescencia.
Te sobraba paciencia para convivirme = Me faltaba tolerancia para sobrevivirte.
Te FALTABA la valentía admirable de los humillados = Me SOBRABA la mentira de la venda en los ojos.
Aunque después de tantas pausas y reinicios en el tiempo, ahora lo sé,

TE SOBRABA YO = ME FALTABAS TU.

14 enero 2007

DIME COMO MIRAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES.

En mi persistente manía adquirida con los años de observarlo todo minuciosamente y luego clasificarlo, he descubierto una nueva forma de etiquetar a las personas según te miran cuando te cruzas con ellas caminando por la calle hacia el destino que sea. También me dedico a imaginarme las vidas de las personas que viajan en mi autobús, a qué se dedican, si están casadas, si tienen hijos, por qué tienen caras de tristeza, alegría, enfado..., pero eso es otro asunto que no viene al caso.

He de decir que no hago clasificaciones de individuos discriminatorias, elitistas u ofensivas, con el tiempo aprendí que para ser aceptado tal y como uno es tiene que empezar a incluir la tolerancia de vez en cuando en su vocabulario y hacer uso de ella, aunque desafortunadamente, no siempre el entorno responde de la misma manera. Solo se trata, según quienes me conocen, de mi tendencia a personalizarlo todo, a hacerlo mio, a tener mis propias clasificaciones que a veces son inexplicables para todos los demás menos para mí.

Cuando uno pasa mucho tiempo andando por la calle, empiezas a reconocer a todas las personas con las que te cruzas, por el simple motivo de que todas ellas, al igual que tu, hacen el mismo trayecto a pie todos los días a la misma hora. Son esas caras conocidas de vista que si las ves en cualquier otro lugar fuera de ese contexto ya te pasas toda la tarde con esa cara dando vueltas por el cerebro devanado, que no es capaz de decirte de qué conoces a esa persona hasta que llega el día siguiente por la mañana, te la vuelves a cruzar y de repente, has visto la luz, ya sabes de que te sonaba esa cara. Lo peor y más bochornoso llega para los despistados como yo , que en esas situaciones, todavía crees que conoces al individuo en cuestión de otra parte y que aunque eres incapaz de recordar su nombre ni quien es, intuyes que debes pararte, saludar e incluso preguntar por la familia, para perplejidad del que tienes en frente que para no quedar mal, como tampoco recuerda quién eres, no decide deshacer el entuerto, te sigue la corriente, y encima le has pasado el mismo conflicto mental a su cerebro que se tirará un buen rato también devanándose para intentar acordarse de alguien que nunca ha conocido personalmente. Hasta que al día siguiente, a la misma hora de la mañana y en el mismo trayecto de calle, los dos al cruzarnos y mirarnos a la cara, vemos la luz, saludamos tímidamente, nos damos cuenta de la metedura de pata hasta las ingles de la tarde anterior, y solo puedes acelerar el paso y morir en el intento de ahuyentar el bochorno lo antes posible.

Incluso a medida que pasan los meses empiezas a diferenciarlos y a notar su ausencia si un día faltan a la cita obligada del cruce de miradas en la calle. Y vas recopilando datos mentalmente a medida que avanzas: la señora del abrigo verde se ha comprado otro en las rebajas, me parece el mismo pero de otro color ; el viejecito del chucho nervioso con pelado afeminado de caniche hace unos días que no lo veo ; el ejecutivo del eterno maletín de piel hoy llega tarde, anda más rápido de lo normal y va sin el periódico ; el del camión de reparto de la panadería sigue alimentando las fantasías sexuales de las féminas viandantes, nunca tengo tiempo de pararme para contemplar esos brazos bajando cajas ; el viejo borracho del bar de la esquina ya solo me da los buenos días educadamente cuando me ve, después de que un dia a sus reiteradas obscenidades mañaneras respondí con una mayor y más imaginativa ya no se atreve conmigo, pero si con la rubia que venía detrás, que agachó la cabeza sin mirar y aceleró el paso repiqueteando sus tacones de aguja ;... claro que quizás yo para cada uno de ellos sea la chica del abrigo negro, o la desgreñada que nunca tiene tiempo de peinarse, o la que lleva siempre cara de mezcla de sueño y de mala leche mañanera,... vete tu a saber.

En fin, que después de tanto observar una mañana tras otra llega la inevitable clasificación que aunque yo no quiera reconocerla está ahí mentalmente agazapada hasta que un día la hago mía, y según ella hay tres tipos de individuos viandantes según su mirada :

1- EL INDIVIDUO SEGURO : Nada puede con ellos. Rezuman seguridad en sí mismos por todos los poros de su piel. Avanzan con paso firme y decidido y suelen ser de zancada grande y precisa. Dan la impresión de tener planificado cada minuto de trabajo del día incluso antes de entrar si quiera por la puerta de la oficina. Bien educados y diplomáticos pero sin sonreír excesivamente. Aspecto impecable y cuidado. La cabeza bien alta y la mirada siempre al frente pase lo que pase. Y si alguien como yo osa mirarlos de frente nunca son los primeros en retirar la mirada, siempre aguantan hasta el final.

2- EL INDIVIDUO CABIZBAJO : Nunca podrás saber de qué color tiene los ojos. Suelen ir con la mirada puesta permanentemente en el suelo, como si hubieran perdido algo y recorrieran el camino ya andado esperando encontrarlo. Pueden ser extremadamente tímidos, tanto como para no mirar a nadie a la cara. Quizás evitan encontrarse con alguien indeseable y piensan que mirando hacia abajo si tienen la mala fortuna de cruzarse con dicha persona pasará inadvertido porque no pueden verlo. Incluso hay casos en que esta postura de la mirada podría indicar simplemente que no les interesa nada de lo que pueda pasar en el mundo exterior y van concentrados interiormente en el mundo que han creado por y para ellos mismos. Avanzan normalmente con paso lento y descompasado, pero aunque su perspectiva sea hacia abajo jamás tropiezan con nada. Irónicamente, a pesar de pasarse todo el tiempo con la mirada puesta en el subsuelo, son los que menos objetos suelen encontrar fortuitamente.

3- EL INDIVIDUO DE VUELTA DE TODO : Estos suelen variar la forma de mirar según el día, la hora, el mes, la estación del año,... utilizan todos los tipos de mirada menos la directa a los ojos de la otra persona, miran hacia abajo, hacia los lados, de frente pero con ausencias, y son los únicos a los que he visto dirigir la mirada hacia arriba, a los áticos del centro, a las copas de los árboles, a la postal de Sierra Nevada al fondo entre los edificios, a los pájaros,... Son tremendamente despistados, a veces andan pegando pequeños saltitos casi imperceptibles y tropiezan más de una vez con alguien o con algo. Suelen tener un aspecto limpio pero desaliñado. Nunca se sabe si son tremendamente felices u oscuramente atormentados. Sus cuerpos andan por la misma calle que yo, en la misma ciudad, pero ellos viven en otro planeta, están muy por encima de todas las cosas mundanas. Estos individuos de la clasificación son los únicos que poseen algo que no tienen los demás y que yo nunca me canso de ver, de vez en cuando, a solas con sus pensamientos, recuerdan algo y se sonríen solos en plena calle. Entonces me encantaría que se sucediera una y otra vez un déjà vu para poder contemplar la misma imagen hasta que se parara el tiempo. No es una sonrisa de un recuerdo cualquiera de un chiste, o un sketch del programa de la noche anterior, no, cuando alguien se sonríe así por la calle sin importarle que lo vean es algo mucho más intenso que esta fuera del alcance de todos los demás que observamos. Sobra decir que la curiosidad que me suscita esa sonrisa más de una vez me ha llevado a que se me pasara por la cabeza la idea de ser una cretina maleducada y preguntarle al desconocido cual había sido el recuerdo.

Evidentemente hay personas que comulgan con una mezcla de los tres tipos de mirada, es una opción igual de respetable que las anteriores, pero para mi esas personas, no son de fiar, no suelen ser individuos transparentes.

Cualquiera que me conozca un poco sabe en que grupo me encuentro yo y a cúal aspiro pertenecer.

04 enero 2007

LOS HIJOS DE LA DEMOCRACIA.

Aunque mi origen en este mundo fue en los últimos años de la dictadura, se puede decir que vine a hacer acto de llanto hospitalario cuando ya se cocía a fuego lento la idea de la democracia en este país. Y luego vino lo de "españoles, Franco ha muerto" con las lágrimas entrecortadas de Carlos Arias Navarro, yo era demasiado pequeña para entender el tremendo cambio político que experimentaría el país a partir de aquella muerte afortunadamente deseada por muchos, pero recuerdo vagamente un televisor prehistórico en blanco y negro situado en el centro del salón con decoración setentera, en cuyo interior había un hombre metido en una caja que era la causa de que ese día el luto oficial no nos permitiera asistir a las clases en el colegio. Y más tarde llegaron las ansiadas elecciones generales y Adolfo Suárez como primer presidente de la historia española trayendo al país aires renovados que hicieron soltarse la melena a más de uno.

Pero a los que llegamos al mundo en esa época de transición, la generación de los que hoy rondamos los 30, nos tocó vivir la cuenta inicial desde cero, una nueva época diferente a la que vivieron nuestros padres o nuestros abuelos, y la educación que ellos habían recibido, esa educación estricta, reprimida y opresiva de la que hacía gala la dictadura, ya no servía para nosotros, y muchos de nuestros padres descolocados se negaron a aceptarlo, cegándose ante la idea de que los tiempos habían cambiado.

La mayoría tenemos en nuestro árbol genealógico antepasados que sostuvieron un fusil en la Guerra Civil en cualquiera de los bandos, historias que quedan grabadas con letra de garabatos en la niñez de la memoria delante del fuego de la chimenea, cuando los mayores decían aquello de "eran otros tiempos", ya entonces mostraba poco o ningún interés por la política y mucho menos por una guerra, por lo que oía pero no escuchaba. Fueron tiempos difíciles los de la posguerra española, y los mayores coinciden en la hambruna tan tremenda que asoló el país. Por este y por muchos otros motivos, aún siendo la mayoría de las familias españolas de los años 70 de clase media, nuestros progenitores se empeñaron en proporcionarnos todo aquello que ellos no habían podido tener, quisieron darnos hecho todo aquello por lo que ellos habían tenido que luchar tantos años para construir, y así nos convertimos en la generación cómoda y despreocupada que vivía el desconcierto de la dictadura machista dentro de casa y la destrucción acelerada de tabues y represiones en la calle. Y la mezcla de todo un poco solo podía llevar a la rebeldía adolescente de chicos incomprendidos que se iban a comer el mundo. Ya no hacía falta que nos tiráramos a la calle con pancartas y gritos de libertad por un país demócrata porque eso ya lo habían conseguido nuestros padres, y costó tanto trabajo que el terreno político ya estaba solucionado para muchos años. Cambiamos la creencia católica del matrimonio y la familia por la ley del divorcio recién estrenada y el sexo promiscuo sin amor, a los 18 había que ir pensando en perder la virginidad o eras un pardillo ante tus compañeros de instituto, y si no conseguías estrenarte, al menos, tenías que tener muy presente el arte de saber mentir y fardar al mismo tiempo. Llegó la moda del destape y el escándalo para muchos de ver en aquella televisión en blanco y negro a famosas con generosos escotes enseñando más de lo que permitía la Santa Madre Iglesia, pero nosotras tampoco tuvimos que reivindicar el poder enseñar lo que nos viniera en ganas mientras íbamos a las urnas a votar porque eso ya lo hicieron nuestras madres, nosotras pasamos directamente a las minifaldas extremadamente cortas y los asientos traseros del dos caballos con chicos que nos sacaban unos cuantos años porque los de nuestra edad todavía eran imberbes. No nos hizo falta demostrar que los guateques y el Duo Dinámico eran un auténtico pestiñazo de la España profunda, porque nuestra generación ya mamaba de las notas musicales de la movida madrileña y bailando "Escuela de Calor" en plena calle con unos cuantos litros vendidos a menores. No tuvimos que presionar para deshacernos de la religión católica, podíamos elegir la asignatura de ética en lugar de la de religión en los institutos y los domingos por la mañana mientras mis padres acudían a la Iglesia yo dormitaba la resaca del sábado anterior sin ningún tipo de recriminación paternal posterior. Ya no teníamos que pensar en amenazar al profesor cuando te pegaba con la regla por el interminable número de suspensos, porque se repetía curso o en el peor de los casos si "el niño no sirve para estudiar" papá te colocaba en su empresa y todos tan contentos, pasaba hasta en las mejores familias. No tuvimos que luchar por una educación porque la educación básica era obligatoria, venía impuesta desde la incubadora, y cuando desperdiciábamos en juergas las becas universitarias porque no aprobábamos el primer año, todavía papá aún sin poder permitírselo económicamente hacía un esfuerzo más para seguir pagando de su bolsillo. No tuvimos que reivindicar el derecho de las mujeres a poder decidir libremente sobre su maternidad porque las feministas ya estaban inventadas y repartían condones en la calle, y si el látex por aquella época no era de la calidad deseada tampoco importaba mucho porque ya no había que pagarse un viaje a Londres para poder abortar, "nosotras parimos, nosotras decidimos", quién no recuerda aquella frase?, y años después, la píldora postcoital evitó hasta que tuviéramos que pasar por el quirófano. Cambiamos los pucheros de la abuela y el chocolate casero de los domingos por la comida basura y la Coca-Cola. Aquellas fiestas en casa de chicas en pijama fueron sustituídas por el móvil y el messenger.

Y podría seguir poniendo ejemplos, pero la conclusión sería la misma, con el tiempo y la distancia ahora lo analizo en frio, aunque la intención de nuestros adultos era buena, se vieron desbordados por aquella vorágine de cambios sociales que no pudieron asimilar y como consecuencia tampoco supieron aplicarlos a la educación de sus hijos, aquellos hijos que hoy cumplimos treinta y tantos y que crecimos en una atmósfera de incomprensión, en un ambiente donde todo se nos daba hecho, donde la ausencia de ideales políticos, religiosos, familiares,... nos hicieron huecos por dentro, pura contradicción sin saber que rumbo tomar, rebeldes pero conformistas, incomprendidos pero sin irnos de casa hasta los 30 y pico, cómodos y chupa tintas exprimiendo hasta la última moneda del cerdito roto hace ya tiempo, introvertidos en casa y extrovertidos en la calle un sábado por la noche, hasta los niños de familia bien querían ser malos, pésimos estudiantes pero sin ganas tampoco de trabajar, en definitiva, una generación vacia y ociosa pasto del consumismo y de las necesidades impuestas por la sociedad. No había nada importante por hacer y nos hicimos unos héroes de las drogas de diseño y del sexo alcoholizado sin amor, todo ello aderezado con algún que otro piercing y/o tatuaje. Fue lo único nuevo que nos dejaron por explorar, las pastillas con nombres de personajes de comic manga, por poner un ejemplo, y todo tipo de experiencias sexuales que harían avergonzarse hasta al padre más liberal.
Y muchos se dieron cuenta pasados los años que había que ganarse la vida de alguna manera, y cuando se cansaron de divertirse a costa de sus padres trabajaron en lo que pudieron o en lo que les dejaron, y perdieron la libertad paternal adquirida en la adolescencia cambiándola a los 30 por la esclavitud del matrimonio, los dos coches, los niños, los colegios de pago, la hipoteca, los bancos, las letras, las deudas, y alguno pensará que todo esto es ley de vida y que los inmaduros somos los que no pensamos así, pero permítanme discrepar si les digo que yo prescindiendo de todo eso soy mucho más libre que la mayoría. No soy ni más ni menos que hija de la democracia, y lo digo con la boca llena, el resultado de toda la sociedad que me rodea y que algunos se han empeñado en imponer sin consultarnos al resto de los que formamos parte de este circo, así que, no me jodais!!!.


PD : Mientras escribía esta entrada he presenciado uno de los terremotos más largo y más intenso de todos los que he vivido en Granada, se han caido bastantes cosas. Brutal!!!!!!
El Generalísimo debe de andar revolviéndose en su tumba.

02 enero 2007

LAS LLAMADAS PERDIDAS DEL 11 M.

No hace mucho miraba un reportaje que trataba de mostrar a los televidentes el servicio a la comunidad de Madrid que prestan día tras día los trabajadores del SAMUR. Un trabajo que me pareció durísimo e ingrato y que no está pagado con dinero sobretodo cuando se trata del servicio nocturno. Pero lo que más me llamó la atención fue que a la pregunta de cuál había sido el día más duro en lo que llevaban de profesión, la respuesta era unánime y sin excepción, el 11 M.
Supongo que para la mayoría de los españoles hay un antes y un después del 11 M en la historia de este país. Un día en el que se olvidaron nacionalismos y rencillas políticas y todos los españoles fuimos madrileños. Con la nariz pegada al televisor sin importarnos que había trabajo atrasado en las oficinas. Con la sensación de que aquello no podía estar pasando, no en nuestro país, no en Madrid, con la esperanza ingenua de que en cualquier momento nos despertaríamos de aquella pesadilla y todo quedaría en un mal sueño, pero no fue así, las televisiones seguían transmitiendo en directo el horror, el caos, el pánico, todo ello llevado en tiempo real a todos los habitantes del país que eran incapaces de dejar de mirar por mucho que doliera. Mucho vimos que no deberíamos de haber visto nunca, imágenes imborrables, testimonios desesperados de testigos presos del pánico y la ansiedad, vídeo aficionados sin escrúpulos, montañas de escombros con personas atrapadas en su interior, el reconocimiento de los cuerpos por los familiares en el pabellón 6 de IFEMA, la desolación en las caras de los bomberos y trabajadores del SAMUR que ya poco podían hacer, en definitiva, un país paralizado en hora punta que sin haber podido asimilar todavía aquella tragedia se preguntaba el por qué de la matanza y buscaba culpables a quien poder odiar.
Las informaciones que se filtraban a través de los medios de comunicación eran confusas, la autoría no estuvo clara hasta bien entrada la mañana, lo que en un primer momento se pensó que era un acto terrorista de ETA, hipótesis que defendía el Gobierno, más tarde, a raíz de las primeras pistas, se aclaró que se trataba de un atentado adjudicado al terrorismo islamista. A tres días de las elecciones generales se intentaron manipular las pruebas y ocultar la verdad que todo un país pedía a gritos manifestándose, y la falta de transparencia de la que hizo gala el PP le costó las elecciones. El 14 de Marzo los españoles se acercan a las urnas de los colegios electorales marcados por el dolor y la manipulación de la que habían sido objetos.
Todo el mundo recuerda qué estaba haciendo ese día en la hora fatídica, o cómo se enteró de la brutal noticia, yo no recuerdo especialmente eso, la imagen que se quedó grabada en mi retina, y con la que todavía a veces sueño, fue la de los cuerpos sin vida que iban rescatando los bomberos de los escombros. Estaban alineados uno junto a otro en los andenes desiertos de las vías del tren, allí solos, sin custodia, esperando sin notar la tardanza que los trasladaran al pabellón de IFEMA para el posterior reconocimiento por algún ser querido cuya vida no volvería a ser la misma. Sus cuerpos sin vida los habían cubierto con telas blancas que en algunos casos dejaban ver una mano, un trozo de pelo o un pie sin zapato. Y el sonido, el sonido aterrador de los móviles que no paraban de sonar, distintos timbres y distintas melodías a la vez, los móviles que todavía llevaban entre sus objetos personales, esas llamadas perdidas que ya nunca iban a poder devolver, y con cada llamada una historia, una vida entera truncada, y al otro lado un familiar enfermo de preocupación que no se cansaría nunca de insistir con la esperanza incierta de que le cogieran el teléfono. Y desde entonces empecé a pensar que si la muerte hiciera algún ruido al desplazarse sería una insistente llamada perdida de un móvil.