30 agosto 2008

EL NEGOCIO DE LA MUERTE.

Hace tiempo me llamó la atención una noticia en un diario local de Málaga que ponía de manifiesto la conducta de ciertos jóvenes que habían tomado por costumbre, una vez que cerraban los bares a altas horas de la madrugada, continuar la juerga de los fines de semana en la cafetería del tanatorio, abierta las 24 horas del día. En su momento, al leerlo, me sonreí por dentro pensando en el mal gusto de algunos, a día de hoy, ha dejado de hacerme gracia.

A las 5 de la madrugada criaturas deambulantes, desorientadas y con la mirada perdida pueblan los jardines del tanatorio. Pero esto no es la historia de un vídeo de los 80 protagonizado por un negro que quería ser blanco, es la parte de los vivos que queda después de que la muerte haya hecho su trabajo. Una historia real detrás de cada ojo hinchado y enrojecido, de cada llanto ahogado tras las puertas de las salas, de cada banco de madera habitado por caras desencajadas, de cada palabra de indignación e impotencia, de cada pregunta sin respuesta, del sufrimiento de la condición humana elevado a su máxima potencia por algo que no podemos controlar.

Pero la muerte, cuando ha terminado su viaje, manda a sus secuaces para que le pasen la factura a los vivos y les recuerden lo efímero de la existencia humana, los caprichos incomprensibles de lo que llamamos vida. Y es el momento en que aparece por la puerta aquel individuo desconocido, cuya cara no suele recordar nadie, con su desproporcionado muestrario plastificado de féretros, coronas de flores, modelos de crucifijos, servicios religiosos, etc...y nos escandalizamos por la posibilidad de hijos a la carta, cuando la muerte tiene comerciales propios desde hace muchos años con una variada carta postmortem a gusto de los familiares del consumidor.

- Féretro : 2.700 euros.
- Flores : 186 euros (un solo ramo).
- Sudario : 75 euros.
- Incineración : 500 euros.
- Trámites administrativos : 250 euros.

Y así suma y sigue. Queda esto a modo de ejemplo. Hoy no se muere nadie sin deberle a la muerte unos 3000 o 4000 euros aproximadamente.

No es tanto el miedo que podamos tenerle a la muerte, mas bien, el verdadero miedo reside en la forma en la que dejaremos de existir. Rápido e indoloro, eso es lo que pedimos para los nuestros y para nosotros mismos, y si ha habido suerte y ha sido así, quizás sea el único consuelo que quede para los mutantes que deambulamos por los jardines del tanatorio.

Algunos pensarán que frivolizo demasiado con el contenido y los detalles, pero todo lo que rodea una defunción, desde el personal sanitario hasta el camarero que te sirve en la cafetería del tanatorio es pura frivolidad. Si hay algo que he aprendido en estas circunstancias es :

- Que tengo una tripa menos en ese vacío que me ha quedado por estómago.
- Que al igual que las tormentas secas, también existen los llantos secos, cuando el cuerpo ya no es capaz de producir más lágrimas, pero sí truenos y relámpagos en el interior.
- Que existir o dejar de existir puede ser apenas un parpadeo, una respiración.
- Que la muerte, hoy por hoy, es uno de los negocios más rentables que existen, a costa del sufrimiento de los que quedamos, y que no entiende de crisis económica.


Hasta siempre Curra.

28 junio 2008

ASÍ PODÍA HABER HABLADO ZARATUSTRA.

Depués de haber padecido durante interminables años
hambre y privaciones,
después de haber sido abandonado
por decenas de mujeres
que corrieron a los brazos del triunfador de turno,
después de haber soportado con paciencia de monje
paternales consejos,
amistosas palmadas,
suficientes sonrisas,
confidencias idiotas,
vagos aplausos corteses de los instalados
en mullidos sillones,
después de haberme visto arrastrado a oficiar
de bufón en sus fiestas,
de ingenioso en sus bailes,
de profeta en su tierra,
después de haber sido repetidas veces
humillado por mediocres,
vejado por cretinos,
ignorado por insignificantes,
pisado por tramposos,
postergado por quienes, en el mejor de los casos,
os lo juro, valían
menos que yo,
después de, en fin, haber fracasado en todo
con estrépito,
he decidido por decreto ley,
solemnemente,
proclamar sin pudor QUE SOY UN GENIO
Y QUE LA HUMANIDAD NO ME COMPRENDE.



Joaquín Sabina.
"De lo cantado y sus márgenes".

01 junio 2008

NOSTALGIA DE LO "NO" VIVIDO.

Jueves 29 de Mayo del 2008. Ciudad de Córdoba.

No se puede decir que mi vida esté marcada por numerosos viajes a países lejanos, con fotos y vídeos incluidos para castigar sin piedad a mis amigos en una tarde de Domingo que se va volviendo densa. En realidad, no hay nada de todo eso, ni siquiera he salido de España, he viajado mucho menos de lo que hubiera deseado, pero hay ciertos lugares de los que me voy la primera vez convencida de que volveré, y Córdoba es uno de ellos.

La excusa perfecta era la feria, el motivo, en realidad, era que hacía tiempo que tenía una necesidad imperiosa de pasear por sus calles sin rumbo fijo.

Según Tere hay que estar atento con los cinco sentidos porque la vida a su paso nos va dejando señales que hay que interpretar, aunque yo soy más bien de las que piensa que si esto es verdad, cada uno interpreta las señales como quiere y en su propio beneficio, normalmente para no ver la cruda realidad que se esconde detrás. Sea como fuere, yo no tenía pensado, en un principio, llegar el jueves, y allí estaba. Tampoco tenía pensado asistir a la actuación musical de la caseta municipal, y allí estaba, con la casualidad pasmosa de que el grupo que actuaba era el grupo de mi pueblo natal de toda la vida, precursores del new-wave en Málaga, de los pocos supervivientes de la movida madrileña, y a los que siempre les extrañó que la gente les reconociera por la calle después de un disco de platino.

Yo estaba allí, por un cúmulo de casualidades inexplicables, rodeada de cientos de personas pero ausente. Surgió un repertorio por y para el recuerdo, y a partir del primer acorde de la primera canción ya no estaba en Córdoba, estaba en la casa familiar de Torremolinos escuchando por la ventana los acordes repetitivos, que no terminaban de cobrar vida, de unos que pretendían ser músicos y que ensayaban en un garaje poco ventilado y sin insonorizar frente a mi casa. Con cada tema que se sucedía ya solo veía a quién el tiempo situaba en la retina del recuerdo, las lágrimas de Karen cada vez que llegaba el fin del verano con las primeras lluvias de septiembre, la camaradería del club del alcohol que deseábamos que durara para siempre, las innumerables noches del Gypsy encima de la barra y a puerta cerrada, las cintas en el radio cassette mientras esperaba que amaneciera en aquellas largas e inciertas noches de hospital apestando a antiséptico,... una vida entera pasando por un escenario de la feria de Córdoba y sin que nadie me pidiera permiso, incluso miraba a mi alrededor multitudinario celosa de que esa intimidad espontánea pudiera traslucirse al exterior.

Pero en el turno de los bises, de repente los vi a ellos en un presente desmejorado, envejecido, canoso y con kilos de más, con muchas tablas pero cansados de tantos kilómetros a las espaldas por ferias de pueblos, en una época en que solo unos pocos nos acordamos de aquel merecido disco de platino, y que si siguen ahí contra el tiempo y la distancia de las vidas encontradas es porque cabe la posibilidad de que que no sepan o no quieran hacer nada más mientras les quede un resquicio de lo que un día fueron.

De vuelta al hotel, el grupo se fue retirando y yo me abandoné al silencio de la plaza de las Tendillas disfrazado con el rumor del agua de las fuentes. Y por primera vez aquella noche había envejecido, sentí en el cuerpo trasnochado los años que realmente tengo. Quizás he tenido que llegar a una ciudad distinta donde se me ha representado el pasado fuera del contexto original para ver con la distancia que un día fuimos jóvenes y estúpidos, y que en esa plaza, esa noche, se abrió una puerta por la que se escaparon sueños adolescentes imposibles de retomar, y ahora, ya no somos tan jóvenes pero seguimos siendo igual de estúpidos.

Y la plaza seguía en silencio, quizás por el luto de la inocencia perdida que intentamos retener y que se escapó por la puerta con una crueldad de adultos.

Volveríamos atrás si alguien nos concediera ese deseo?. En mi caso tendrían que reinsertarme en Matrix y que no me acordara de nada, porque si lo hiciera con el camino vivido y con las heridas sin cerrar, de qué me serviría?, sería una desconocida con respecto a la que un día fui, y lamentablemente, las cosas solo pueden vivirse por primera vez en una sola ocasión.

Ya no estas tu, y los que quedamos nos vamos devorando a nosotros mismos envueltos en la espiral que realmente nos jode con todas las letras de lo mal sonante, y es que todavía el ser humano no ha inventado una forma de poder controlar el paso del tiempo.

Y la plaza seguía en silencio, y miré el reloj, que toca las horas como si fuera una orquesta completa, y me acordé de Eduardo cuando una vez me dijo con los ojos vidriosos que hay un momento en la vida en que ya no vas hacia delante, sino que empieza la cuenta atrás. Y recordé la letra de uno de los temas del concierto, "... no habrá fiestas para mañana, abandonate, abandonate, como una hoja en el viento...".

E intenté dejar el melodrama para otro momento, y caminé hacia el hotel para intentar despertar al día siguiente y no sentir rabia por la nostalgia de lo NO vivido.

26 febrero 2008

22 DE DICIEMBRE.

Si hay una fecha que se recuerda en este país es el día de la lotería de Navidad y el Domingo del año que enfrenta en la liga al Barcelona y al Real Madrid. Y es que, en este mi país, en el que a menudo me siento como una inmigrante, con otras costumbres foráneas, el fútbol es una institución sagrada, y la ludopatía una religión oculta en la que se rinde culto a muy variadas sectas populares, la lotería primitiva, la bonoloto, el euromillón, la lotería nacional, la ONCE, el combo,la quiniela, las carreras de caballos, y no sigo, háganse una idea.

En mi familia, no iba a ser menos la ludopatía legalizada. Desde la más tierna infancia el 22 de Diciembre era un día en el que, si el calendario permitía que cayera en fin de semana, la familia madrugaba y se arremolinaba con los décimos y participaciones alrededor del viejo transistor del abuelo Manolo, que no paraba de mover la maltrecha antena pegada con fixo en espera inútilmente de una mejor recepción de la señal, eso, en mis años más precoces, después, llegaría el televisor que agravó la incomunicación familiar con un papel pintado de pared como testigo y telón de fondo.

Si el gordo tardaba en salir, el evento empezaba a perder interés y el público familiar procedía a alternar sus tareas diarias con el seguimiento del sorteo de la lotería, las mujeres se colgaban los delantales y trasteaban en la cocina la comida del día con su rol femenino bien aprendido durante años de dictadura, los hombres leían el diario local de la recién estrenada democracia, y los niños empezábamos a hacerles caso a los juguetes del día anterior con el pijama amariconado de muñequitos aún sin quitar y el desayuno de galletas Fontaneda a medio terminar.

Si se cantaba algún premio gordo, los mayores dejaban inmediatamente lo que estuvieran haciendo para prestar atención al número premiado en cuestión, en voces de los niños eunucos del Colegio de San Ildefonso disfrazados de pantaloncitos cortos de colegio inglés, y las localidades donde había sido vendido el décimo. Un premio tras otro, según iban cayendo los alambres, se avibaba el interés de aquellos adultos que entendían de dinero, para dejar paso a otra nueva decepción que no hacía más que poner en evidencia lo que todos probablemente intuían antes de empezar el sorteo, y era que ese 22 de Diciembre tampoco dejarían de trabajar, que terminaría de salir del bombo la última bola y sus vidas seguirían siendo las mismas, ni mejores ni peores, simplemente las mismas. Que el milagro del calvo de la lotería ya en televisión en color no es más que publicidad consumista para que el estado se embolse una buena cantidad en impuestos jugando con los sueños imposibles de millones de españoles de clase media.

Cuando se incorporaron los televisores a las casas de las familias españolas y pudimos ver el sorteo televisado desde primera hora de la mañana por la televisión estatal, muchos fueron los momentos álgidos de la retransmisión. Sin duda, el que yo siempre esperaba que se repitiera era la imagen de la bola rebelde que se cae de las manos de un niño nervioso y abochornado que debe ir tras ella a toda prisa antes de que gane más terreno, supongo que un poco por esa facilidad que tenemos los españolitos de a pie de reírnos de las desgracias ajenas.

Hoy, después de los años, cuando se acerca la fecha, siempre llevo en la cartera aunque sea un décimo para el sorteo de Navidad. Y me sigue gustando madrugar en mi casa de alquiler y sentarme sola frente al televisor en pijama con una taza de chocolate bien caliente con galletas, para ver el evento más aburrido televisado de todas las Navidades, simplemente para recordar que en aquella casa antigua de entonces y que hoy ya no existe, al menos una vez al año, éramos una familia española fingiendo ser normal. Me consta, que algunos de los que habitaron entre aquellas cuatro paredes siguen conservando, al igual que yo, aquella costumbre, pero además, llegado el momento de reconocer que la última bola ha caído y que vamos a empezar el año igual que lo acabamos, doy paso a la segunda fase todavía con el pijama sin quitar, ver cómo entrevistan a los agraciados llorones brindando con champagne, con el décimo en mano, pensando en voz alta lo que harán con el dinero,... y yo siempre, llegado ese momento, pienso lo mismo, año tras año, como si fuera un ritual bien aprendido, hay que ser imbécil para salir en la tele con el décimo en la mano y diciendo la cantidad de la que eres beneficiario, para que en la primera esquina de camino a tu casa te peguen el palo (no en vano, el año pasado le pasó algo parecido a una chica que en el jolgorio de la fiesta en el bar donde trabajaba le robaron el décimo ), aún así, me encanta esa parte, es una alegría tremendamente contagiosa, los sueños de unos cuantos elegidos televisados en directo.

Tal y como yo lo veo, no es más que la fábrica de sueños del español medio que una vez al año abre sus puertas con una relevancia tradicional. No compramos décimos, invertimos en imposibles, en espejismos en mitad de un desierto asfaltado, en pagos de hipotecas, en carreras para los hijos,... No es más que el último refugio del año para los viciosos, que aunque un estadista les explicara las ínfimas posibilidades que tienen de que les toque seguirían gastando cantidades indecentes de euros, y para los soñadores, que quizás esperan que el dinero de la lotería cambie las vidas que ellos nunca tuvieron cojones de intentar cambiar por sí mismos. Pero, aún así, cuando aparece en la pantalla del televisor la puerta de la Administración agraciada con el cartel de "el gordo vendido aquí", a mí siempre me gusta leer "su sueño vendido aquí".

De toda esta ludopatia hereditaria también me quedó la ceremonia ritual de todos los jueves del año de la Lotería Primitiva. Siempre es en la misma Administración, queda de camino al trabajo, ese trabajo del que escaparíamos sin dudarlo con el montón de millones, y me gusta el nombre, "el gato negro", una sola apuesta para el jueves y el sábado, y los números elegidos al azar por la máquina. Nunca veo el sorteo por la tele, al jueves siguiente, si hay gente en ventanilla, espero fuera con la ingenua idea de que si he sido el máximo acertante de la semana no conviene tener público, y cuando el comprobante pasa por la máquina para ver si está premiado siempre se me pasa lo mismo por la cabeza, que aquel hombre me diga "esta cantidad no puede cobrarla aquí", aunque lo que realmente dice casi siempre es "no está premiado".

Mi versión de los hechos es que el juego, en un porcentaje aceptablemente alto, se lleva en la sangre de una manera hereditariamente acostumbrada,esto, por supuesto, no justifica los gastos desmesurados ni la ludopatia sin control, que nadie se llame a engaño,(Eduardo no ha pasado ni un día de su vida sin jugar a algo, pero jamás dejó a nadie sin comer por ello, y cuanto más le gusta jugar al individuo, más jugador solitario se vuelve, eso lo aprendí de él observándolo a lo largo de los años ).Desde luego, de todos los vicios que he ido adquiriendo conforme iba perdiendo porcentaje de inocencia en una medida directamente proporcional, este, definitivamente, es el menos dañino. Y es que yo soy de las que invierten en sueños, tanto si estoy insomnemente dormida como si estoy oníricamente despierta, y que probablemente la explicación más convincente sería decir que siempre fui una cobarde.

(Aunque hoy en día la tragedia casera que más me afectaría sería que se interrumpiera la conexión ADSL, cada 22 de Diciembre le hago mi pequeño homenaje al abuelo Manolo y nunca compruebo mis décimos en Internet para ver si están premiados, espero a comprar el periódico al día siguiente y dejarme las pestañas comprobando las listas de números diminutos que publican en un espacio de lo más reducido, como hacía él ).