25 agosto 2010

A PROPÓSITO DE "LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS".

Hace unos días cayó en mis manos este libro de Paolo Giordano. Empecé a leerlo y cinco horas más tarde y sin apenas pestañear estaba atrapada en varias reflexiones sobre la verdad de un final que brilla por la ausencia total de esperanzas para sus protagonistas.

No ofrece un argumento de misterio inquietante que mantenga al lector en vilo hasta el final, sus personajes no son héroes urbanos que cometan alguna hazaña de la que nos sintamos orgullosos, no relata ningún hecho histórico de la memoria humana del que podamos aprender algo, tan solo habla del mundo real, de los cánones que impone una sociedad intolerante en la que sus protagonistas no han elegido vivir, unos personajes autolesionados que se escapan del cliché establecido y experimentan rechazo gratuito desde que tienen edad como para ser conscientes de ello, una tela de araña que los mantiene atrapados en un mundo paralelo lleno de sentimientos de soledad, fracaso y frustración en una búsqueda sin éxito de su lugar en el mundo.

Todo parecía indicar con cada página que al final toda esa espiral desconcertante que supone enfrentarse a la nebulosa de los sentimientos humanos, y que hace a las personas ser tan vulnerables, quedaría en una cuestión de encontrar a sus iguales, a través del tiempo y de las circunstancias externas por muy adversas y complicadas que se presentaran. Si llegaban hasta ese punto y se encontraban, todo se habría resuelto, habría la posibilidad de echar por tierra toda las teorías matemáticas lanzadas a través de la historia sobre los números primos.

Pero el final del libro va más allá. Se encuentran, después de nueve años, en un momento que parecía propicio para volver al punto donde se separaron. Pero ya no se reconocen en sus mundos paralelos, aquellos que inventaron para sobrevivir a las ausencias acumuladas, sus miradas sin necesidad de palabras ya no se encuentran, la sincronía de sus movimientos ahora fluye con una nueva torpeza, la intimidad conocida de sus cómplices pensamientos se ha vuelto densa y pesada. Lo único que queda por rescatar son recuerdos perezosos que cuesta rememorar y que con el paso del tiempo se han ido idealizando a falta de contacto con la realidad del otro, recuerdos que no se querían borrar del todo por si llegaba el momento en que la vida los volvía a reunir y había que desempolvarlos. Nueve años pensando en el anhelado reencuentro y cuando llega son dos perfectos desconocidos que no tienen nada que decirse y mucho menos que compartir.

Podríamos decirle a Paolo Giordano que se equivoca, que eso no es la realidad del día a día. Quizás nos sentiríamos orgullosos y hasta importantes si pudiéramos demostrarle a Eduardo Punset que el enamoramiento existe de verdad como un fenómeno inexplicable y que no responde a ninguna teoría científica. Decirle que el cerebro humano no experimenta la misma liberación de hormonas y de placer tanto si ve un plato de nuestra comida preferida como si nos encontramos delante de una persona que nos atrae, que es algo más. Pero los ejemplos que podemos ponerle no son más que la excepción dentro de la regla y eso no resulta científicamente serio.

Sólo se me ocurre agarrar el momento y aferrarse a él con todos los sentidos porque nunca más volverá a repetirse. El presente es lo único que puede darnos una verdad realista de nosotros mismos donde nunca es demasiado tarde, porque el pasado distorsiona el entendimiento con recuerdos engañosos y el futuro es inexistente más allá del que vayamos construyendo cada segundo del día.

El tiempo y la distancia son implacables, lo devoran todo a su paso aunque nos empeñemos en preservarnos de su devastación. El cuerpo se acostumbra a todo, se reconstruye sin darnos cuenta acorde a las nuevas circunstancias y acontecimientos del entorno, y poco a poco las ausencias cada vez lo son menos hasta que dejan de serlo, y al cabo de los meses un día miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que hemos seguido viviendo, de que fuimos capaces de olvidar y de que nos olvidaran, aunque aquella fuera una de las cosas que merecía ser recordada.