04 octubre 2006

LA MÁQUINA DEL TIEMPO.

Amanece. El primer pensamiento que cruza tu cabeza, en el preciso momento que tienes conciencia de que existes todavía, es el de quedarte cinco minutos más bajo el reducto aislado de las sábanas, nunca son cinco minutos, ni tampoco se viven con placer porque tienen un final laborable, aún así, llegar tarde es lo único que nos saca del trance.

Caminas hacia la parada del autobus sorteando, no sin dificultades añadidas, las enormes zanjas derivadas de las obras que el Ayuntamiento puso en marcha un dia preelectoral y que nunca se terminan. El periódico calentito de manos de la increible sonrisa del niño del 20 minutos,como se envidia el buen humor mañanero, lástima que no sea contagioso.

Ya en la parada, de repente lo presientes, no hace falta dejar de leer el periódico y mirar en esa dirección, sabes que se acerca, y cuando ya no puedes evitar alzar la vista lo ves, tu autobus. Se aproxima a gran velocidad envuelto en una especie de aurea humeante, como si hubiera atravesado océanos de tiempo hasta llegar a nuestro siglo. El resto de los mortales no pueden verlo, para ellos es otro autobus exactamente igual a los demás, solo los usuarios que frecuentan esa línea a diario pueden apreciar la diferencia disfrazada de normalidad. Los mismos viajeros somnolientos a la misma hora dia tras dia, sin tener nada en común excepto su destino final a través del tiempo y la distancia.

Empieza el trayecto con normalidad, pero a medida que se va avanzando en el recorrido y dejas atrás el nucleo urbano LA MÁQUINA DEL TIEMPO entra en acción, con el paso de los dias lo sabes porque siempre se entaponan los oidos en un mismo punto del recorrido, es la señal, un dispositivo que se acciona y ya no hay vuelta atrás, empiezan a descontarse los años por cada kilómetro recorrido, un agujero negro que mediante teletransportación desintegra tus células orgánicas en cada viaje de ida y vuelta, quedando en el camino parte de tu paciencia, y las vuelve a unir para desembocar en el mismo centro de lo que todavía queda de la ESPAÑA PROFUNDA, el medio rural, donde el tiempo sigue parado desde la época de nuestros abuelos sin posibilidad de remontar los segundos perdidos.
La imagen de los viejetes que se sientan en la plaza del pueblo, con la cara cuarteada por el sol, por cada surco una cosecha, las manos prematuramente deformadas de todos los años mal pagados trabajando en el campo,y ni siquiera se espantan las decenas de moscas que les corren por las piernas, solo se limitan a ver pasar la vida de los demás mientras esperan el final de la suya, y si te sientas a su lado, el tiempo se para , el reloj se detiene, el sol no se mueve, y nunca hay prisa para nada, ya atardecerá. Lo único que les puede sacar del letargo de la misma conversación aprendida durante años es el repique de las campanas de la iglesia anunciando alguna defunción, que muchos llevan años anhelando para poder reunirse con sus difuntas esposas, aquellas que soportaron sus machismos recalcitrantes y que aún así fueron espléndidas y sumisas compañeras de vida. Y pensar que llevan toda la vida escuchando en esa plaza el repiqueteo de la muerte en aquellas campanas y que inevitablemente se lo van a perder el dia que toquen por ellos, resulta irónico. Mañana habrá uno menos en la plaza.
La tasa de envejecimiento es tan alta en el medio rural que con el tiempo aprendes a distinguir si el difunto es hombre o mujer, el repique no es el mismo.
Así que cuando empiezo a notar que me falta el aire para respirar más de lo normal y que unos simples 10 minutos parecen dos horas, tomo medidas drásticas, me subo a otra máquina del tiempo que surca el aire y aparezco pueblerinamente perdida por los pasillos de la T4, camaleónica Madrid, siempre en contínuo movimiento, tan vertiginoso que desconcierta porque ni siquiera hay tiempo para asimilar los cambios. Y aspiro el olor tan característico de los subterráneos del metro mientras los demás levitan idiotizados con las pantallas del canal metro, siempre preferí observarlos a ellos. Y el placer recordado nada más llegar de la seguridad que proporciona el anonimato. Y cuando se abren las puertas, MALASAÑA , y la ciudad, y un montón de vida frenética esperando ahí fuera que yo la absorba.

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